Una breve historia
Imagina que un día cualquiera te subes a una avioneta y te “maravillas” con el paisaje que ves desde lo alto. Sin embargo, de un momento para otro notas que algo falla y la aeronave comienza a perder altura. En un abrir y cerrar de ojos has caído al mar. Afortunadamente sobrevives al impacto y no estás malherido. Te percatas que hay un bote inflable en el que puedes resguardarte y también te das cuenta que hay otra persona que ha salido ilesa. Inflan el bote y suben lo más rápido posible para evitar ahogarse. Estando a salvo, notas que han caído en un lugar que te es familiar y que tu acompañante desconoce. A unos cinco kilómetros al norte hay una isla desierta que, si bien no hay nada ahí que puedan tomar para alimentarse y suele presentar un clima inhóspito, constituye un refugio provisorio para pasar un par de días. Más lejos, aproximadamente a veinte kilómetros hacia el sur, se encuentra otra isla mucho más grande que la anterior. Está habitada y tiene todo lo que necesitan para estar sanos y salvos. Dado lo anterior, intentas “calmarte” para poder “pensar con claridad” y tomar la mejor decisión. Sientes la tentación de ir a la isla desierta, pues sabes que en ese lugar podrán descansar, pero también sabes que sería muy difícil salir de ahí, debido al fuerte oleaje que se produce por el mal tiempo. Por lo tanto, evalúas hacer un sacrificio mayor y consideras remar hasta la isla más lejana. Pasado unos minutos, te decantas por esta última opción por lo que le comentas a tu acompañante los motivos de tu decisión y le señalas que lo mejor es remar hacia el sur (hacia la isla grande).
Luego de un par de horas navegando sientes que algo parece no funcionar correctamente. Sin advertirlo, tu acompañante y tú han estado remando hacia direcciones diferentes. Ambos creyeron que tenían claro qué papel jugaría cada uno y cómo debían llevarlo a cabo, sin embargo, aparentemente no fue así. O bien entendieron cosas distintas, o bien alguno -o ambos- cambiaron sus acciones (deliberada o inconscientemente) sin que la otra persona lo notara. Ahora bien, en lugar de hacerle saber esta situación a tu compañero, no dices nada y optas por seguirlo. Se te pasan varias ideas por la cabeza. Piensas que posiblemente eres tú quien ha malentendido inicialmente lo que habían acordado. También crees que es posible que, aunque en un principio hayas comprendido muy bien qué debías hacer, si tu compañero cambió de parecer no es producto de una decisión antojadiza y debe tener algún motivo potente para modificar su decisión (aunque hubieses preferido que te lo dijese).
La historia mencionada devela un patrón de interacción que muchas veces ocurre en psicoterapia y que, de no abordarse apropiadamente, puede obstaculizar el desarrollo de la misma, traduciéndose en un proceso dañino para el paciente (p.e.: iatrogénico). En este ámbito, la psicoterapia puede concebirse como un encuentro entre dos seres humanos que tiene como propósito comprehender y tramitar el sufrimiento psíquico (Orange, 2014; Wachtel, 2018). Por ende, sin un marco de referencia común, en el cual paciente y terapeuta concuerden tanto hacia qué “isla” dirigirse, como el modo en que es preciso llegar a ese lugar, difícilmente se observarán resultados favorables, específicamente en el largo plazo. Este marco de referencia compartido es un factor crucial, independientemente de cuál sea la problemática que aqueja al paciente o los tratamientos psicoterapéuticos empleados (Eubanks, Burckell, & Goldfried, 2018;Moeseneder, Ribeiro, Muran, & Caspar, 2019). Es por esto que desde el inicio del proceso psicoterapéutico es fundamental construir en conjunto un “arca” que permita surcar las dificultades y poder llegar a tierra firme. Si el arca está sólidamente constituida, posiblemente nos ahorremos desencuentros que amenacen con hundir el proceso, o bien, en el caso de existir discrepancias, podremos atravesar la tempestad sin que el oleaje nos afecte en mayor medida.
Considerando lo anterior, me gustaría comentar tres sugerencias útiles, tanto para las personas que asisten a psicoterapia como para quienes están pensando en consultar a un psicólogo. El propósito de estas recomendaciones es fomentar que el proceso terapéutico sea desde un comienzo lo más fructífero posible. A continuación expongo cómo puedes ayudarnos a ayudarte.
1. Pregúntate para qué quieres ir a psicoterapia
Es cierto que la alegoría descrita es una hipérbole, por cuanto en psicoterapia los desencuentros no son tan evidentes sino que se dan de un modo mucho más sutil. En este contexto, una parte importante de los inconvenientes radica en no tener claro un motivo de consulta al momento de llegar a terapia (Lingiardi, Holmqvist & Safran, 2016). Es por esta razón que en la jerga psicoterapéutica se habla de “construir un motivo de consulta” que sea clínicamente abordable. En ocasiones algunas personas entienden esto como “saber cuáles son mis síntomas” o “conocer qué patología puedo tener”. Más aún hoy cuando una cantidad relevante de pacientes “googlean” sus síntomas antes de ir a terapia (Montag, 2019), llegando a sesión con un auto-diagnóstico pre-establecido y buscando “curarse” de éste o aquél “síndrome”. No obstante, cuando pensamos en preguntarse acerca del motivo para el que se acude a un psicólogo, aludimos a algo diferente y mucho más sencillo. Tan sólo consiste en hacerse algunas simples interrogantes que ayudan bastante para que el “arca terapéutica” pueda consolidarse firmemente desde un comienzo. En primer lugar, es esencial preguntarse qué me está ocurriendo, o qué estoy sintiendo, como para considerar la opción de ir a psicoterapia. Es una interrogante elemental y que rara vez contestamos apropiadamente, dado que culturalmente hemos sido moldeados para funcionar en otros registros (como en el mundo intelectual o el de las acciones concretas), desatendiendo nuestro plano afectivo (Gendlin & Parker, 2017). Entre otros motivos, tendemos a contestar a través de etiquetas “tipo”, que en lugar de clarificar cómo nos sentimos encubren lo que nos pasa. De esta forma, decimos, por ejemplo, que nos sentimos “angustiados”, cuando ese concepto puede significar cosas muy dispares y hasta contrapuestas. No es lo mismo una “angustia” que me hace sentir desesperado, porque no sé cómo responder ante las exigencias de un trabajo agobiante y que no me agrada, a una “angustia” que responde a una sensación de no saber qué quiero en la vida. En el primer caso, utilizo la palabra “angustia” para connotar un estado de activación, caracterizado por sensaciones de agitación e intranquilidad, mientras que en el segundo aludo a un estado contrario, en el que predomina la abulia y desesperanza.
Moraleja: es importante darse el espacio para identificar qué sentimos antes de consultar con un psicólogo, porque esto ayudará a dilucidar aspectos centrales, tales como qué busco al ir a terapia y qué espero lograr con la misma. Es muy importante enfatizar que no es indispensable tener una respuesta precisa, ni menos es algo que haya que darle “muchas vueltas”. El mero hecho de hacernos estas preguntas allana bastante el camino, pues favorece la construcción de acuerdos terapéuticos sólidos que nos permitirán remar en conjunto hacia un mismo lugar. Asimismo, posibilitarán que enmendemos el rumbo si es que se presentan dificultades que debemos sortear en el recorrido.
2. Asegúrate que entiendes cómo trabajarás junto a tu psicólogo
Este es punto que no es sencillo de abordar. Por un lado, muchos psicoterapeutas no hemos sido lo suficientemente claros en exponer qué es lo que hacemos y cómo trabajamos. Por otra parte, no es infrecuente que los objetivos del proceso cambien a través del tiempo (Lingiardi et al., 2016). No obstante, esto no es excusa para evitar ser claros en nuestro quehacer. En este ámbito, el paciente tiene un rol protagónico. En efecto, como terapeutas tratamos de elucidar cuál es nuestro abordaje según las necesidades del cliente, pero en varias ocasiones, como todas las personas, damos por hecho muchas cosas -más de las que nos gustaría- lo que posiblemente derive en algún mal entendido en el futuro. Consiguientemente, es crucial que al comenzar una psicoterapia te des el tiempo de formular todas las preguntas que estimes conveniente (situación que también es válida si ya te encuentras en un proceso terapéutico). Es relevante subrayarlo: ninguna consulta es trivial ni está demás. Toda pregunta permite despejar malentendidos y calibrar tanto las expectativas que, tanto pacientes como terapeutas, tenemos sobre el proceso. Algunos pacientes esperan que el psicólogo les aplique test en las fases iniciales del proceso porque esperan saber con exactitud qué “enfermedad” tienen. Otros esperan encontrar un espacio de “diálogo” y no les hallan sentido a los test psicológicos.
Algunas personas -muchas a mí parecer- tienen la idea de que el terapeuta les aconsejará cómo solucionar algunos de sus inconvenientes. Otras, buscan que el psicólogo les ayude a encontrar sus propias respuestas. Hay quienes consideran que la psicoterapia consiste en cambiar la forma en que ven las cosas. Otros esperan desarrollar las herramientas para “entender” y “saber cómo llevarse” con alguien difícil de tratar. Todas estas alternativas evidencian distintas expectativas implícitas sobre el trabajo terapéutico. El espectro es amplio y de acuerdo a las expectativas iniciales que cada parte tiene sobre la psicoterapia, tanto los lugares hacia los que buscamos dirigirnos, como los medios para llegar a esos sitios serán distintos. Si no contamos con esta información desde un principio, difícilmente podemos arribar a acuerdos efectivamente compartidos para remar hacia un mismo lado, por más que nos esforcemos en explicar cómo trabajamos. Raya para la suma: es fundamental que entiendas en qué consistirá la terapia y cuál es el modo de trabajo que empleará tu psicólogo. Dicho de otro modo, es importante que sientas que tu terapeuta puede acompañarte y ayudarte a remar hacia dónde sientes que quieres llegar.
3. Si no te sientes cómodo, dilo
En concordancia con lo anterior, es relevante mencionar que es muy frecuente que en algún momento de la terapia los pacientes se sientan incómodos o incomprendidos. Algunos sienten que el terapeuta no está atendiendo algo que para ellos es muy importante. Otros no se sienten a gusto con el modo de trabajo del psicólogo. Algunos no están de acuerdo con las intervenciones que realizamos (por ejemplo, con las acotaciones o sugerencias que proponemos). Finalmente, hay quienes notan que la terapia no los está llevando a ningún lugar (i.e. se sienten “naufragando”). Ahora bien, aunque un buen terapeuta hará todo lo posible para notar ese desajuste y hacer algo al respecto, como personas con prejuicios (y con bastante puntos ciegos) no es improbable que dejemos pasar algunos temas que son significativos para el paciente. Tampoco es infrecuentemente que hagamos o digamos algo que, sin advertirlo, afecte la confianza de quien asiste a psicoterapia. Por lo tanto, si durante el proceso no te sientes cómodo o sientes que algo no anda bien con en la relación terapéutica, es muy importante y valioso que lo hagas saber. No importa si te sientes así al comienzo del proceso o una vez que hayas asistido varias sesiones. De igual modo, no hay una forma “correcta” de dar a entender esta situación. Cada quien tiene su manera, aunque agradeceríamos que, a tu modo, trates de ser lo más explícito posible. En este mismo ámbito, comprendemos que algunas ocasiones puede ser un tanto (o muy) difícil dar a entender que te sientes incomprendido o disgustado con tu psicólogo o psicóloga. Por diversos motivos quizás pienses que no vale la pena decirlo. Sin embargo, sabemos que eso que sientes para ti es importante y por ende nos es muy relevante que lo menciones. Como he destacado anteriormente, queremos entenderte y deseamos acompañarte en aquello que es valioso para ti. Si sientes que no te estamos dando una mano, es necesario que lo comentes. Para poder llegar a la “isla” a la que quieres ir es fundamental que nos ayudes a ayudarte.
Algunas reflexiones finales
A modo de resumen, podemos sostener que, como en toda relación, el vínculo paciente-terapeuta se nutre de las acciones que ambos realizan. Como psicólogos procuramos hacer nuestro mejor esfuerzo profesional, ético y humano para que la relación sea un vínculo sólido, basado en la confianza mutua y que nos permita surcar con firmeza las dificultades que te están aquejando. De igual modo, es esencial contar con lo que sólo tú puedes aportar.
Sólo tú puedes decirnos qué te está ocurriendo. Únicamente tú puedes decirnos si nuestro quehacer es fructífero para ayudarte a llegar a tierra firme. Y, más importante aún, sólo tú puedes decirnos si sientes que te ayudamos o si consideras que estamos remando hacia un lado distinto. Ten presente que eres tú quien mejor conoce el “océano” de situaciones y sentimientos en el que te encuentras. Como terapeutas podemos remar contigo en la medida en que nos muestres cómo es ese lugar.
En este ámbito, queremos comentarte que en el Centro Verdán nos preocupamos de eso que es importante para ti. Buscamos construir un “arca” firme para ayudarte a atravesar tus dificultades. Es por esto que para nosotros es fundamental que podamos establecer un lazo de respeto y confianza en el que sientas que te entendemos y en el que efectivamente podemos apoyarte.
Referencias
Eubanks, C. F., Burckell, L. A., & Goldfried, M. R. (2018). Clinical consensus strategies to repair ruptures in the therapeutic alliance. Journal of psychotherapy integration, 28(1), 60.
Gendlin, E. T., & Parker, R. A. (2017). A Process Model (Studies in Phenomenology and Existential Philosophy). Evanston, IL, Estados Unidos: Northwestern University Press.
Lingiardi, V., Holmqvist, R., & Safran, J. D. (2016). Relational turn and psychotherapy research. Contemporary Psychoanalysis, 52(2), 275-312.
Moeseneder, L., Ribeiro, E., Muran, J. C., & Caspar, F. (2019). Impact of confrontations by therapists on impairment and utilization of the therapeutic alliance. Psychotherapy Research, 29(3), 293-305.
Montag, C. (2019). The Neuroscience of Smartphone/Social Media Usage and the Growing Need to Include Methods from ‘Psychoinformatics’. In Information Systems and Neuroscience (pp. 275-283). Springer, Cham.
Wachtel, P. L. (2018). Toward a more fully integrative and contextual relational paradigm. In Decentering Relational Theory (pp. 87-105). Routledge.